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lunes, 4 de julio de 2016

Azul

—Aún queda mucho azul en el cielo—me dice él, levantando la persiana. Es cómo si me leyese el pensamiento, aunque sé que eso es imposible.

Yo la había cerrado para ocultar la luz del mediodía que entra a raudales por la ventana y poder ver la oscuridad. Porque antes me gustaba el azul, pero ahora no lo encuentro. Miro sus ojos, el mar, el cielo,... Y son grises.

Me mira consternado, con una expresión preocupada. Deja en la mesilla las pastillas, junto al vaso de agua.

—¿Estás bien? Tal vez deberíamos avisar a alguien.

Me levanto con dificultad de la cama, dolorido y adormilado. Estoy como en babia todo el tiempo, con la mente lenta y el pensamiento disperso. Ya no es el negativismo, el gris de mis pensamientos.  A eso estoy acostumbrado. Es el gris del exterior lo que me preocupa.

Estos días noto que mis movimientos son también más lentos. Estoy entrando en una especie de letargo. Todo se ralentiza y el mundo, la gente y la vida misma va a un ritmo que no soy capaz de seguir. Pero lo que más me inquieta es la falta de capacidad para disfrutar.

—Estás bien, al menos estás cuerdo—dice él mientras me tomo las pastillas.

Me encojo de hombros sin saber que decirle. Estaré curado si encuentro de nuevo el azul. Vuelvo a echarme sobre la cama en posición fetal. La cordura no es gratis, como todo, exige un sacrificio. No sé si no será demasiado lo que pide esta vez. Porque si de algo disfrutaba era del mar, del cielo y de sus ojos. Y si algo me arrebató la cordura fue el azul que en mi mente los unía.

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