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miércoles, 11 de mayo de 2016

Mentes desamuebladas, fragmento 2 del diario de la novata


Hoy es  mi primera salida. Me lo dicen por sorpresa, cuando entro en el turno de noche. Creía que me pasaría todavía unas semanas en las oficinas, atendiendo llamadas, buscando información y tomando un café tras otro. Me está resultando estresante, no me gusta estar encerrada, delante de la pantalla. Pero adoro a  los compañeros, la gente y sobre todo la sensación de estar ayudando, aunque todo lo que haga parezca una brizna de hierba en una inmensa pradera vista desde el aire. Quiero volar, sería feliz solo con volver al simulador de vuelo.

El piloto instructor es Héctor García, le conozco de vista. Es un hombre fortachón y campechano, siempre amable y con una sonrisa en sus labios. Se mete un poco conmigo y con los otros novatos, pero todo es de broma. Me alegra que me lo hayan asignado.

Una vez en el aire, cuando yo pensaba que Héctor iba a poner el piloto automático, suelta los mandos de repente y la nave empieza a  caer en picado. Reacciono rápido, sujeto con firmeza el timón y la enderezo de nuevo casi antes de que el capitán empezase a maldecir.

-Coño, García. ¡Deja de hacer eso ya, joder! Que vamos a tener un disgusto-refunfuñó mientras se limpiaba el agua que le había empapado la camisa.
También es mala suerte que la maniobra le pillase bebiendo.
-Solo ponía a prueba a la novata, el último que tuve se cagó en los pantalones y casi nos la pegamos- repuso Héctor García, con una sonrisa socarrona.

Me mira fijamente y me señala con el dedo.
-Tú, reaccionaste cinco milésimas de segundo tarde. En el aire el tiempo es oro. Aunque no ha estado mal.

"El tiempo es oro", como recordaré en el futuro esa muletilla tan propia de Héctor. En las siguientes semanas se la oiré decir unas mil veces.

Pero volviendo a esa noche, tras dar un par de vueltas a la ciudad algo llama la atención de uno de los tres ojeadores que van en la nave con nosotros. Es un bulto informe que puede ser una persona o tal vez solo ropa atada a la barandilla de seguridad de una azotea. Héctor pone el motor al mínimo de revoluciones y nos acercanos para mirar.

Con las gafas de visión nocturna y ya más cerca del inmueble, el ojeador confirma sus sospechas. Se trata de un chico encaramado a la valla por la parte de afuera. El capitán me manda rastrear en busca de la señal de un chip.
-No hay nada, ninguna señal en el radio de unos 500 metros- digo tras unos minutos muy tensos para mí, en los que miro aturdida la pantalla verdosa del radar de seguimiento de chips.
-Díaz, llama a la central. Que avisen a Tobías y le metan prisa. Y que manden un par de naves más para desplegar la red bajo este edificio. De momento no nos acercaremos más, puede saltar en cualquier momento.

Me pasan unas gafas y pongo todo el aumento para observar de cerca al sujeto.
-¿Y bien novata, qué ves?-me pregunta Díaz, el ojeador, pasándose los dedos por su pelo corto y oscuro.
-Varón, entre 16 y 20 años, alto, al menos un metro noventa y de complexión  muy delgada, ropa de deporte oscura, pelo largo y...-Me detengo, me saco las gafas y se las devuelvo-se está sentando en la cornisa.
-Creo que al final si podemos acercarnos y desembarcar en la azotea-dice el capitán sacándose sus lentes-Parece tranquilo. Esto va para largo. Te aproximarás despacio a la zona contraria del edificio, sin aterrizar,  y saltaréis solo vosotros dos.

La nave se acerca lo máximo posible y bajamos saltando. Caigo mal y me pelo las manos al apoyarlas en el suelo. Tenía que haber rodado para amortiguar la caída, como hizo el ojeador, pero en vez de eso doblé las rodillas. Es mi primer salto y esto no lo enseñan en las clases de preparación.

-Bueno, la próxima vez será mejor- me digo para darme ánimos. Sé que en la nave, que vuelve a tomar altura, García y el capitán se están riendo de mí y mi torpeza.
En esta zona de la  azotea, la más alejada del chico,  hay gravilla en el suelo en vez de césped. Díaz y yo nos acercanos con cautela. El muchacho no parece darse cuenta de que estamos aquí. Sigue sentado en la cornisa, con los pies colgando y mirando al vacío. Me pregunto que pasa por su cabeza, si es que piensa en algo. Al llegar junto a él, nos mira fijamente como si viese a través de nosotros. Tiene la mirada perdida de los que están complemente idos. Y un bulto extraño en la mano derecho que tardo en identificar como una pistola.

Díaz y yo desenfundamos a la par. Estoy completamente aterrorizada, mis manos tiemblan sosteniendo el arma. No soy capaz de escuchar las órdenes que me dictan por el auricular en mi oído. Ni siquiera comprendo lo que mi compañero le grita al muchacho. Entonces, el sonido de un motor le distrae y deja de miramos a nosotros. Se levanta y contempla como las naves despliegan la red a sus pies. Pero lo hace ausente. Un sudor helado me recorre la frente y las palmas de las manos. Cuento hasta tres, muy despacio.  Uno, dos, tres,...Y al fin vuelvo a tener la facultad de pensar.

Lo mismo parece sucederle al chico, que de pronto se recupera. Su mirada recobra la vida. Y se dirige a nosotros.
-Lo siento-dice- no voy a hacer nada. No voy a hacer nada. Lo siento...
-Tira el arma hacia aquí a través del quitamiedos y levanta las manos-dice Díaz, sin dejar de apuntarle con su reglamentaria.

El chico mira entonces su arma como si no supiese que la tiene en la mano. La arroja con cuidado hacia nosotros y nos enseña las palmas de las manos. Parece aterrorizado, como quién despierta de una pesadilla. Trepo la valla para detenerle, mientras le digo una y otra vez que no se mueva. Le pongo las esposas y le informo de sus derechos mientras el ojeador examina la pistola.

-Es de juguete- me dice- de fogueo, y ni siquiera está cargada.
Las naves desclavan la red de la pared y una de ellas se acerca a recogernos.
-Sácale las esposas-dice el capitán en mi oído-no está detenido, pero debe verlo el equipo médico. Y déjale la brida, por si acaso.
De mala gana obedezco y le explico la situación al muchacho. Creo que el hecho de que no vaya armado no significa que sea inofensivo. Después de todo, seguramente sea un TBP.

Le pregunto su nombre y su identificación para anotarlo en mi registro. Todo lo que decimos, si pulsamos un botón incorporado en el traje, queda registrado en un archivo online. Es bastante práctico. Antes, hace unos cuantos años, había que anotar todo a mano. Recuerdo cuando me lo explicaron en clase. Y mil cosas más que creía inútiles, como el sistema de anclaje de las redes o a diferenciar una pistola de verdad de una falsa. Y me siento un poco estúpida.

-Eh, lo has hecho bien-me dice Díaz en un susurro y bajando aún más la voz añade-yo también me acojoné.

Le muestra la pistola al capitán, que desciende de la aeronave en ese momento.
-¿Habías visto alguna vez un juguete tan bueno?- Dice.

El capitán coge el arma y la examina extrayendo el cargador, sacando y poniendo el seguro y  apretando el gatillo.
-Es buena- dice-me habría engañado hasta a mí.

Se queda pensativo un instante, antes de devolverle la pistola de  juguete a Díaz.
-Tenemos que investigar quién ha hecho esta maravilla. Algo así, sin marca de seguridad ni seña alguna de que es falsa, no es legal. Subid, volvemos a la comisaría.

Ya en la nave me asalta una duda.
-¿Vuelvo a esposar al chico?-pregunto.

El capitán se rié y me mira.
-No, mujer. Es ilegal, pero una falta menor- dice y recupera la seriedad- No sé que demonios os enseñan en la academia hoy día.
-Es mi novata, jefe. Lo que tiene que aprender es a pilotar- responde García- Sentaos y abrochaos todos el cinturón que despegamos.




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