Buscar este blog

martes, 26 de julio de 2016

El Duque del Altozano, de Fernando Cotta



Hoy día es cada vez más complicado decidir que libros leer, así que no queda más que fiarse de recomendaciones y, sobre todo, del instinto lector. Por esos azares de la vida y de las redes sociales me topé un buen día con 'El Duque del Altozano' de Fernando Cotta. Después de que se cruzase en mi camino decidí darle una oportunidad y leer la muestra. El  libro tiene un buen comienzo, me intrigó y decidí seguir leyendo. En su inicio la historia destaca por la imaginación que desborda y algo que me llamó la atención es que el autor conoce las aves, sus nombres y formas de actuar. En simples detalles como este, además de en el castellano que utiliza, se ve la documentación y el trabajo que hay tras el libro.

Suelo huir de los libros que se autodenominan humorísticos, no me suelen hacer gracia. Es relativamente sencillo que un libro me emocione, que me enfade, que me haga llorar,... Es fácil para mí empatizar y que  me ponga , en definitiva, en la piel de sus protagonistas. Pero reírme con un libro es otra cosa y el Duque lo ha conseguido.

No es, sin embargo, un libro meramente humorístico, sino que tiene su historia y su trama bien montada. No abusa del chascarrillo,  que es lo habitual en otras obras de este estilo que tengo leído. No es humor chavacano ni fácil (al menos; no siempre, algo hay intercalado entre chistes y retruécanos más originales) sino que se me hizo divertido, fresco y alegre, hasta elegante en ocasiones. Pero con su necesaria dosis de romanticismo.

 Me ha gustado la forma de narrar y sobre todo los dialógos.  Me ha recordado a mi época en el instituto, estudiando literatura del Siglo del Oro y también a los libros del Capitán Alatriste de Peréz-Reverte. Sin embargo, poco tiene que ver con esos libros; ya que el tono es jocoso en ocasiones, tierno en otras.

Es muy fácil meterse de lleno en la historia y en los líos en que el desventurado mirlo se ve envuelto sin quererlo. El tiempo en la novela es lineal, sigue siempre a su protagonista, siendo sencillo seguir la historia en este aspecto. La forma de contar y el estilo recuerdan mucho a la literatura picaresca y de aventuras del Siglo de Oro, como no podía ser de otra manera. Utiliza acertadamente el castellano antiguo, entremezclado a veces con expresiones más actuales.

En cuanto al narrador, es  onmisciente en tercera persona. Pero, en algunos momentos determinados, pasa a la primera, a la voz de uno de los personajes. No os voy a desvelar más porque tengo la impresión de que este es un aspecto importante y que debéis descubrir por vosotros mismos al leer. Algo se esconde en esta forma de narrar.

En lo que se refiere a argumento y protagonistas, el Duque del Altozano es un noble soldado de los tercios de Flandes del Siglo de Oro, valiente y mujeriego como pocos, que se reencarna en un mirlo blanco en el año 2015 para cumplir una misión divina y redimirse de sus pecados. Así, debe ayudar con sus problemas amorosos a diversos personajes. Flor, la veterinaria  que lo atiende de sus heridas al principio del libro, Lucrecia y dos de mis personajes favoritos, Yolanda Margarita y Jorge; son, entre otros, enamorados que tienen problemas para iniciar su relación amorosa ¿Lograrán con ayuda del Duque, en mirlo reencarnado,  lanzarse al fin a las aguas del amor?

Así, cada capítulo  de los diez que componen la novela se titula según los personajes que los co-protagonizan junto con el Duque. Me atrevería a decir que cada capítulo es casi una historia independiente que bien podría leerse por separado, como si de una serie se tratase. Mantiene, sin embargo, la coherencia en toda su extensión. No es una obra larga, sobrepasa por poco las 200 páginas y puede perfectamente leerse en una tarde o unas pocas horas sueltas, como yo hice por falta de tiempo.

Otro aspecto destacable para mí es la mención a diversas regiones de la geografía española que el Duque va visitando. Parte de Madrid y va volando, parando en pueblos y ciudades para cumplir sus misiones. Parece obsesionado con querer ver el mar. En su camino se encuentra tanto a humanos que le escuchan como a otros que solo le oyen piar y tiene algún divertido encontronazo con otras aves.

La trama tiene un par de giros inesperados que me sorprendieron bastante, sobre todo el final no me lo esperaba. Irrumpe Gabriel, personaje muy diferente y que  da la impresión de ser ese archienemigo que todo héroe que se precie debe tener ¿Cuáles son los malvados planes de Gabriel? ¿Conseguirá el Duque vencerle?  Os adelanto que se deja la puerta abierta a un segundo libro y que continuen las aventuras y desventuras del emplumado caballero. Espero que así sea y estoy deseando leer esa segunda parte. Así que ya sabéis, si tenéis problemas de amores, dejaos aconsejar por el Duque del Altozano, reencarnado en mirlo blanco.

Os dejo con unos fragmentos, un par de frases de las muchas  que me llamaron la atención, para que os hagáis una idea:

"Corría el año 15 del siglo XXI de nuestro Señor, cuando un negro mirlo se acercó a escuchar la melodía. A saltitos se desplazaba mientras alzaba graciosamente y giraba de uno a otro lado la cabeza, dándole armonía a los acordes de la musicalidad."

"–De manera que el bombardeo de mis fueros era cosa del destino –Pensó. Por lo que veo en cuanto se valla la damisela me pide que descargue otra buena tormenta y tan amigos. Lo que es el amor, cura y mata en idéntica proporción."

lunes, 18 de julio de 2016

Fragmento 2 de 'Viviendo en punto muerto'

Miguel estaba muy preocupado por su hijo. Raúl había dejado de jugar al baloncesto, casi no le hablaba, ni a él ni a nadie de su entorno,  y se pasaba todo el día deambulando por ahí, con los cascos puestos a todo volumen. Le habían llamado del instituto varias veces por que el chico no había ido a clase ni dado explicación alguna para justificarse. Su padre había observado que muchas veces se ponía la capucha de la sudadera por encima de sus enormes auriculares, como si quisiese aislarse del mundo. Pero no era eso, en realidad, lo que pretendía.
Raúl siempre había sido un buen chico, estudioso, deportista y amable. Miguel trataba de mantener la calma y tratarlo como siempre. No entendía lo que le ocurría, pronto cumpliría los dieciocho así que no podía ser cosa de la edad. El divorcio le había afectado, pero hacía más de cinco años de eso.
Aquella mañana de sábado, cuando Miguel despertó, el muchacho ya se había ido. Le había dejado café hecho y tostadas, como solía hacer cada mañana. A Miguel se le daba fatal cocinar. Esperaba poder hablar con él,  averiguar de una vez que le ocurría. Tal vez llevarle a pescar al río, como hacían cuando era más pequeño. Para él siempre sería aquel niño de pelo negro ensortijado y mirada perpetuamente seria, aún cuando sonreía.
-Pero es casi un hombre-se dijo- el curso próximo se irá a la universidad.
 Tal vez ir a ver un partido, o la sierra a hacer senderismo, cualquier cosa valdría. E incluso podía organizar unas mini-vacaciones.  Tal vez el cambio de aires le ayudase a sincerarse con su padre.
-Igual solo es que ha conocido alguna chica, igual solo se ha enamorado- pensó Miguel, tratando de quitarle importancia, de dejar de preocuparse.
Pero algo no le cuadraba en el comportamiento de Raúl. Miguel no sabía lo que era, pero no parecía mal de amores. Parecía como si su hijo hubiese cambiado en los últimos meses. Trató de encontrarle sentido, de recordar cualquier situación, cualquier cambio que justificase aquello, pero no halló nada.
Estaba terminado el café, aún en pijama, pensado que ojalá Raúl volviese pronto, cuando una llamada cambió sus planes. Era del despacho. Su trabajo, como siempre, le reclamaba. Y el siempre acudía.

lunes, 11 de julio de 2016

Todas las horas mueren, de Miriam Beizana Vigo


Hace meses, cuando Miriam Beizana Vigo me propuso que leyese su próxima novela, 'Todas las horas mueren', que estaba por salir, me invadió una tremenda alegría y cierto temor. Para mí era un honor que confiase en mi criterio como lectora, pero al mismo tiempo no querría tener que decirle que el libro no estaba a la altura de 'Marafariña', su ópera prima, cuya lectura disfruté tanto. Había contactado con la autora tras leer este último libro, había visto a la persona que hay tras la escritora y si algo tenía claro es que no iba a traicionar esa confianza con una mentira de ninguna clase sobre sus libros, ni aunque fuese piadosa. Cuando vi el archivo creí que  sus 150 páginas no eran suficientes para contar una historia y comencé a leer un tanto recelosa.  Pienso que si puedes contar una historia en 100 páginas no debes emplear 1000, si bien muchas historias que he leído pecan de brevedad y necesitarían incluso más páginas. Pero, tras leer el libro y en el mismo final, me di cuenta de que me había equivocado con mis prejuicios, por fortuna. Es una obra redonda, superior incluso a 'Marafariña'. Y su brevedad es una muestra más del talento de su autora. Así, cuando le di mi opinión, lo primero que me salió fue algo así como: "Has escrito un libro con alma, otro, porque Marafariña es espíritu puro."

Si de 'Marafariña' dije que no es un libro para todos sino que solo personas con una cierta sensibilidad pueden  disfrutarlo, 'Todas las horas mueren' me ha sorprendido gratamente en este aspecto. Es un libro más cercano al lector común. Incluso personas que no sean lectores voraces, sino más bien ocasionales, que no busquen más que un poco de ocio; pueden verse irremediablemente atrapados entre sus letras. A estos últimos advertirles que les hará reflexionar para bien, que no les dejará indiferentes. Y también que es muy probable que disfruten mucho con su lectura. Sin embargo, es una obra dura, que desnuda el sufrimiento de sus personajes.

Miriam mantiene su delicioso estilo en ambas obras, 'Marafariña' y 'Todas las horas mueren', que en apariencia no pueden ser más distintas. Su prosa cuidada y el intimismo la caracterizan.  Además tiene un ritmo muy bien marcado, aunque mucho más rápido en esta ocasión y que se mantiene más, es decir, en 'Marafariña' en unos momentos determinados ese ritmo pausado (que adoré) mutó en vertiginoso porque así lo requería la trama, pero en este caso no es así. Aunque con las variaciones que la historia va pidiendo, la narración es más constante en ese sentido. Mantiene también esa particular forma de narrar, de conducirnos a lo largo de todo el argumento, que tan buen sabor de boca me dejó en su primera novela. Aunque el narrador es un poco diferente en esta ocasión, alterna la tercera persona omnisciente, que predomina, con pasajes en primera persona. Además, esta segunda obra no es tan descriptiva. Deja más a la imaginación del lector, incluso juega un poco con ella en ocasiones. La lectura es mucho más ágil que en 'Marafariña', se lee más rápido porque así lo pide la historia. Yo me la leí en un par de horas nada más, devorando una página tras otra, totalmente embelesada y sin levantar la vista del texto para nada.

Es una obra corta pero que se disfruta mucho, incluso para mí que adoro los textos largos y los libros gordos. Los cuatro capítulos son manejables, de poca extensión y van numerados, subdividiéndose a su vez en escenas con un título significativo también breves. Nada que ver con 'Marafariña', que es mucho más extensa, pensaréis, si la habéis leído. Solo en apariencia, pues ambas obras tienen una estructura clara y muy bien definida, incluso similar. Ambas obras están íntimamente ligadas además. Como sin duda recordaréis si la habéis leído, en 'Marafariña', ' Todas las horas mueren' es la obra inacabada de Estefanía que su hija Olga retoma y 'Marafariña' es también un libro en el mundo de 'Todas las horas mueren', que Olivia pide a Dorotea que lea. Me ha parecido muy curiosa esta referencia entre ambas obras.

Los personajes principales para mí son tres: Olivia, Dorotea y Laura. Tres mujeres muy diferentes a las que los azares de la vida acaban uniendo de algún modo. Como ya sabéis, me encantan los libros con protagonistas femeninas. Olivia Ochoa me ha gustado por su particular carácter. Es una escritora anciana, dueña de la Cafetería Fontiña que para mí y para Olivia es mucho más que un café, como explicaré luego. Dorotea es una joven que por azar y escapando de una situación difícil recala en Fontiña,  ese pueblo donde Olivia se ha refugiado en los últimos veinte años. Es una muchacha que parece desconocer su propia fuerza y carisma obnubilada por su dolor, sus rencores y la falta de afecto que sufre.  De Laura poco puedo decir sin desvelar demasiado la trama. Laura es un personaje atormentado, tal vez el que más sufre en esta historia, y  que transciende de su propia persona, de su propia vida, para ser algo más en la mente de Olivia. Si queréis descubrirlo tendréis que leer entre líneas y con mucha atención, no os lo voy a contar porque sería arruinaros la lectura.

Tiene también unos personajes secundarios que distan mucho de ser de relleno, de ser planos,  sino que tienen su propia historia dentro de la novela y están muy bien definidos. Así, tenemos  al panadero, Manuel, que es lo más parecido a un amigo que tiene Olivia. Tomás, el mecánico, y su esposa Clarisa acogen en principio a Dorotea. Su historia no gira solo en torno a las protagonistas, sino que cada personaje tiene su vida propia. Como es tan típico de la Galicia en que vivo, todos se conocen pero sin conocerse en realidad. Todos tienen escondidos sus propios fantasmas, algo tan típico de la naturaleza humana.

La acción transcurre entre el pasado y el presente, intercalándose ambos de un modo peculiar. Solo al final se entiende realmente esta forma de tratar el tiempo en la novela. Al final todo encaja y se comprende. El tiempo es casi  un personaje más en esta obra. Los escenarios de presente y pasado son también diferentes, del Madrid de la postguerra a la Galicia rural de hace unos años. Pero, al contrario que en otras novelas que tengo leído que utilizan un recurso similar, no se tarda en saber en que lugar o tiempo nos encontramos al leer, es decir, no te pierdes. Esto facilita mucho la lectura y se agradece.

 Si 'Marafariña' tiene un halo mágico (de universo propio), si Ruth siente una conexión mística con su pequeña aldea, el pueblo gallego donde transcurre buena parte de la acción parece en principio ser el típico lugar minúsculo, apartado y con un ritmo de vida muy lento. Pero el café de Olivia es algo diferente, el café es un símbolo para Olivia. Su café es algo que la ata a su vida anterior, que es mágico para ella, tiene una conexión espiritual con él  y este significado se me escapó en un principio. Es más que un lugar de reunión, un lugar cálido con el fuego siempre presente y un maravilloso olor a café en el aire. Es el símbolo del efecto del tiempo en nuestras vidas, de nuestras obsesiones, miedos y fantasmas. O fantasma en singular, porque hay uno muy presente en toda la novela. Si queréis saber cuál es, os animo  encarecidamente a leerla.

Concluyendo, 'Todas las horas mueren' es un libro con alma, de los que no abundan y se nota que está escrito con cariño.  El libro, para mí, manda un mensaje muy claro y esperanzador, aunque no exento de tristeza. Es una obra dura y profunda, muy intensa. Es una reflexión, casi un ensayo, sobre un aspecto de nuestras vidas que hoy día tratamos de ignorar, de vivir como si no fuese a pasarnos a nosotros; pero que forma parte de ser humanos. Es una de esas novelas que te atrapa y cuya lectura te enriquece.

Os dejo con un par de frases para enmarcar de las muchas que me encontré en esta obra:
 "Porque todo muere, y las horas no son una excepción."
"Las horas muertas, todas esas horas que mueren, están llenas de tu ausencia."




lunes, 4 de julio de 2016

Azul

—Aún queda mucho azul en el cielo—me dice él, levantando la persiana. Es cómo si me leyese el pensamiento, aunque sé que eso es imposible.

Yo la había cerrado para ocultar la luz del mediodía que entra a raudales por la ventana y poder ver la oscuridad. Porque antes me gustaba el azul, pero ahora no lo encuentro. Miro sus ojos, el mar, el cielo,... Y son grises.

Me mira consternado, con una expresión preocupada. Deja en la mesilla las pastillas, junto al vaso de agua.

—¿Estás bien? Tal vez deberíamos avisar a alguien.

Me levanto con dificultad de la cama, dolorido y adormilado. Estoy como en babia todo el tiempo, con la mente lenta y el pensamiento disperso. Ya no es el negativismo, el gris de mis pensamientos.  A eso estoy acostumbrado. Es el gris del exterior lo que me preocupa.

Estos días noto que mis movimientos son también más lentos. Estoy entrando en una especie de letargo. Todo se ralentiza y el mundo, la gente y la vida misma va a un ritmo que no soy capaz de seguir. Pero lo que más me inquieta es la falta de capacidad para disfrutar.

—Estás bien, al menos estás cuerdo—dice él mientras me tomo las pastillas.

Me encojo de hombros sin saber que decirle. Estaré curado si encuentro de nuevo el azul. Vuelvo a echarme sobre la cama en posición fetal. La cordura no es gratis, como todo, exige un sacrificio. No sé si no será demasiado lo que pide esta vez. Porque si de algo disfrutaba era del mar, del cielo y de sus ojos. Y si algo me arrebató la cordura fue el azul que en mi mente los unía.